La universidad española ha perdido el tren de la historia. En lugar de cambios en la gestión, se contraen los departamentos universitarios contraviniendo la division del saber en un mundo donde las marcas juegan un papel esencial. La última en apuntarse a este carro de los despropósitos es la Universidad Complutense, otrora la mas prestigiosa, y ahora con un deterioro creciente en un camino ineluctable hacia la extinción. Se han contraido los departamentos y éstos han optado por dar cabida de forma irracional a un conjunto de conocimientos y aplicaciones que ignoran su fundamento científico en su propio etiquetado. Una vez mas se cumple el caso de que quien gestiona políticamente la universidad, dificilmente puede manejarse con criterios científicos y de mercado. Ni lo uno ni lo otro se ha producido en lo que pretende ser una reorganización economicista del conocimiento sin apelación ninguna ni a la ciencia, ni a los saberes humanos, ni a su función en la sociedad ni en la cultura. Un tipo de institución en que cada cual debería justificar su rendimiento por su impacto económico y social a nivel mundial.

El origen de todos los males vuelve a ser el mismo, rectores políticos elegidos por un cuerpo político de electores, controlado por los sindicatos, y una ideología que hace descansar la superviviencia de la universidad en las subvenciones en lugar de en su capacidad para construir riqueza. El imparable deterioro se expresa en que ningún egresado en la práctica tiene mayor interés en financiar la universidad que les otorgó su acreditación. El peso de las donaciones es ridícula y las que existen no tienen valor pecuniario generando nuevas cargas a la universidad.

Al interior de los departamentos, la diversidad y colisión de intereses deja en manos de sus directivos el salario de la colusión. Para rematar la quiebra del sistema institucional universitario, el inefable Misterio de Educación, Cultura y Deporte se ha aprestado a reconocer de forma delirante en los criterios de selección de los profesores titulares y catedráticos un tipo de méritos que no es posible alcanzar mas que para los actores universitarios mas arropados institucionalmente, bien por estar coaligados con grupos de poder económico, bien por regentar posiciones con un acceso privilegiado a recursos y equipamientos que administran a su voluntad para dejarlos fuera de su alcance al conjunto de los profesores. Decía Coleman que cuando las instituciones excluyen del intercambio a sus miembros, estos acaban ocupándose de su propio jardín.

En este momento, buena parte de la investigación científica requiere grandes dosis de inversión financiera con equipos y tecnologías cada vez mas sofisticadas, que requieren una actualización permanente, actualización que rara vez forman parte del capital inventariable que envejece día a día al no estar al amparo de la universidad en su conjunto y de los departamentos en particular. Se ha desarrollado una conciencia propietaria en aquellos que disponen de los medios de tal modo que impiden activamente su acceso a los investigadores mas jóvenes e innovadores. La casta universitaria administra los recursos en su favor sabiéndose que le serán útiles para sus propósitos de promoción, y ello, de espaldas al desarrollo del conocimiento y al desarrollo de sus aplicaciones. El resultado está a la vista, una universidad cada vez mas depauperada, que tiene por gestores a políticos elegidos por el cuerpo sindical de los profesores que hacen mas pasillo y menos ciencia.

En este contexto, la reforma Complutense tendrá un efecto definitivo en el suicidio de la universidad, con departamentos convertidos en lo que en buena metáfora confesó en su día el rector Villapalos respecto de la Facultad de Derecho, al decir que era como la provincia de Teruel pero sin gobernador. Ahora puede decirse de la Complutense. Ocurre en la actualidad que las universidades, no ya del primer mundo, sino del tercer mundo ofertan plazas de doctorandos y profesorado universitario mundialmente, dotan estas plazas con salarios internacionalmente competitivos, aseguran la financiación de los programas de investigación, y aseguran la difusión del conocimiento en las revistas científicas que cada día más se apuntan a un sistema de financiación que castiga sobremanera al investigador de nuestras latitudes: la mayor parte de los artículos científicos se publican hoy mediante pago, un pago equivalente al salario mensual de un profesor en la univesidad española. Rara vez la propia revista exonera del pago a los investigadores si reconoce en el trabajo un especial valor, y nunca le exonera si la propuesta es rupturista e innovadora y atenta contra los principios y postulados de los autores que dominan y administran el campo.

La universidad española no paga la participación en congresos de sus profesores e investigadores que se ven compelidos, en el mejor de los casos, a obtener bolsas de viaje risibles, u obtener financiación de instituciones extranjeras o empresas; la universidad española no paga por el mantenimiento activo de los equipamientos científicos ni invierte en nuevas tecnologías a menos que sirvan para simular desarrollo; la universidad española no integra a profesores extranjeros que puedan convertirse en líderes de investigación porque no está dispuesta a retribuirlos, como no está dispuesta a retribuir a su equipo humano salarialmente o reconociendo su recorrido académico previo;  la universidad española no publicita internacionalemnte sus convocatorias de profesores, no establece programas y proyectos en el idioma universal de la ciencia, el inglés, en tanto lo hacen universidades de todo el mundo incluso en paises del tercer mundo, y no financia la adquisición de recursos técnicos. Por el contrario, se ahoga en la burocracia, en un tipo de burocracia administrativa cuyos recursos crecen al mismo ritmo que disminuyen los recursos del profesorado.

El Pais Vasco y Cataluña, con la creación del ICREA y el Pais Vasco con la creación de otras instituciones científicas han puesto el foco en la creación de un tejido ajeno en parte o en su totalidad a las universidades públicas para fortalecer la investigación, abandonando a la universidad a docencia. Proliferan las encuestas estudiantiles al profesorado que pretenden una acreditación con el menor esfuerzo. ¿Qué sentido del prestigio pueden unos estudiantes en su mayor parte cautivos a su territorio de residencia? Al retirar de la universidad la investigación se consigue eliminar de una vez la presión de un cuerpo administrativo pesado, la influencia perversa de un cuerpo docente envejecido interesado en mantener el status quo, y la influencia de los estudiantes que pretenden garantizarse una renta salarial sin las competencias que requiere un sistema económico competitivo de nivel internacional.

En lugar de cambiar la gestión, la reforma de departamentos Complutense dinamita la organización académica, la somete al dictado de necesidades administrativas, altera la coherencia científica de los departamentos, y realiza una reforma nominal que finalmente será mas costosa, e ineficiente, eludiendo una reforma en profundidad, aquella que se obtiene de imputar beneficios y costes a quienes intervienen en la contratación de profesores de baja cualificación. La dinámica aparente es puramente reducir costes de gestión, sin cambiar el formato de las responsabilidades docentes, sin corregir el deficit orgánico de estudiantes mal formados e irresponsables que se nutren, como siempre de apuntes de clase, resistentes a cualquier forma de exigencia, y sin cambiar los modelos de gestión administrativa cada día mas nutrida e invasiva. Un examen de la productividad de cuerpos residuales de ordenanzas, de auxiliares y administrativos con una carga desigual de trabajo y una incoherente e irracional diferencia salarial mostraría cuan lejos nos encontramos de un modelo competitivo de universidad. La Complutense viene dando pasos, como muchas otras, hacia su desaparición, en un contexto en que es posible formarse mejor en una disciplina académica acudiendo a los recursos proporcionados por universidades no presenciales, o universidades e instituciones con programas de formación no presencial. No pasará mucho tiempo sin que este estado de degradación convierta las universidades privadas en el definitivo redentor de las otrora universidades públicas, un mérito que compete a sus inefables rectores.

­