Forma parte del imaginario tribal que hay que pertenecer a una secta deportiva, sea para gritar, y quemar banderas, sea para manifestar los sentimientos de una tribu dispuesta a aniquilar cualquier conciencia incluida la propia, sino la misma democracia. Apenas se repara en los muertos del fútbol. Manifestaciones de este imaginario tribal hay muchas, y algunas onegés disfrutan de su existencia para mayor goce de sus gerentes y empleados. A medida que el Estado desaparece como actor desinteresado al servicio de todos, emergen las onegés para vivir de la compasión ajena, y su estilo se multiplica y copia en las Carmenas de turno que con absoluta ignorancia de la economía, ejerciendo de monjas tirapellizcos, pretenden convertir a los ayuntamientos en onegés que comercian con la emoción de las hermanitas de los pobres mientras envían a la ruina a todos los creadores de riqueza. Ninguna organización existe si no dice representar precisamente a quienes no pertenecen a ella. Después de todo el reino de los cielos está reservado a los pobres, y cuanto más proletarios mejor está garantizado su propio futuro, es decir, el de los podemitas en sus diversas variantes presentes e históricas. Aunque es cuestión de otra reflexión, no existe nada más injusto que la substitución de la acción pública por la acción de las onegés que atribuyen recursos a quien se les antoja, a los que sirven a sus propósitos publicitarios, y a los que sirven a la mejora de sus cuentas de resultados, llaménse ejércitos de salvación u otros afines. Podemos imaginarnos lo que representaría que la policía destinara sus recursos a perseguir unicamente a los criminales que saltan a la luz pública, o que los jueces sólo juzguen casos mediáticos, pues esa es la escuela de los salvapatrias, de las Carmenas y las onegés que más se prodigan.
En las áreas prefrontales de la corteza cerebral más atrofiadas se ha instalado una superstición que aconseja mover la estructura musculo-esquelética hasta la extenuación. El mercado del ocio, y en particular, la parafernalia deportiva mueve cientos de millones bajo la falsa premisa de que hacer deporte es saludable y todos los años mueren cientos de ciclistas atropellados en las carreteras, miles de corredores, llamados "runners", que sufren muerte súbita, o se resbalan por el suelo hasta la muerte, quedan parapléjicos, o sufren por suerte la rotura de la cadera, el radio o el escafoides. Ciudadanos que eran normales, incluso corrientes, se prodigan haciendo pesas, para sufrir de graves lesiones de espalda y sufrir de rodillas o esguinces, y eso sin contar con los que mueren ahogados en acantilados, playas o piscinas, o se estrellan con sus motos deportivas, o vuelan hasta la muerte con sus parapentes. Todos los años, en todas las épocas encontramos cadáveres en simas angostas de gases mortales, y despeñados por la montaña, sino muertos tras un trastazo en un árbol mientras se inauguraban en el uso del esquí. Los mismos que desafían al tiempo en los muelles, a la tempestad de las olas, se bañan en playas cerradas, o escalan con zapato deportivo la montaña para morirse en los aludes. Existen diversas variantes para encontrar una muerte sucia o desafiar el mal denominado instinto de supervivencia tentando la suerte con noradrenalina. Después de todo la industria del miedo también se encuentra fuera de la industria del cine, y la industria de la política.
El deporte es un peligro y es peligroso hacer deporte, pero sin duda es un negocio aunque asegure menos supervivencia si el usuario sobrevive a su ejercicio. Por este motivo se venden miles de cascos para bicicleta, muñequeras para patinadores, coulottes y maillotes para ciclistas, zapatillas para corredores, botas de escalada y hasta palos de golf para los aburridos deportistas que aspiran a meter una bola bajo par. Y cada deporte procura su travesti, porque sea útil o no, nadie puede asegurarse el ejercicio deportivo confiando como los atletas clásicos en su cuerpo desnudo. Una cosa es el insano deporte y otra el sano ejercicio y dentro de este el más sano el amoroso aunque uno no deje del todo de correr riesgos sobre todo con parejas sobrevenidas.
Las personas visten para la ocasión, se ponen auriculares para escuchar el hit parade del verano, mientras disfrutan del paisaje, la pulsera les mide su progresión, su posicionamiento GPS e incluso las pulsaciones y ritmo cardiaco aunque uno sea celiaco, vegano o propenso a sufrir ataques de gota. Gota a gota los deportistas terminan por caer en la tumba que es el destino de todos los deportistas, de los ejercitas y de los vagos que no mueven un músculo, ni siquiera los de la sonrisa.
El deporte se ha convertido en la parafernalia de los "gadgets". No puedes hacer deporte si no dispones de la equipación correcta y esta se ha convertido en el deporte por excelencia de los compradores compulsivos que van a los "moles" a comprar lo que mola, el último grito pelado de cualquier gilipollez, así de sencillo. Una industria que mueve a la población y la agrupa en esa suerte de tribus, ya vistan neopreno, tejidos fluorescentes o leggins. El deporte compulsivo ya forma parte de la cultura de la muerte, a escoger entre los que destruyen su hígado con infusiones varias, se dopan en las esquinas, o se envenenan con pócimas y unciones mágicas. El deporte tribal es la expresión final de una superstición que acaba con sus acólitos.
La vida se va a cada zancada, golpe de pedal o de remo, se va por los resquicios del marketin, de la mercadotecnia y de la publicidad. Los rehenes, los nuevos presos del deporte creen sentirse libres, ya sea corriendo maratones o sus propios "giros", cosechando incluso éxitos para cualquier oenegé advenediza. Cualquier día de la semana puede volverse movediza. Ya no se pasea ni se charla con los amigos, no se jadea en el amor, solo se jadea asexuado a ritmo de paso. Se piensa muscularmente, machos y hembras se han vuelto musculitos, y las hermosas imperfecciones y diferencias de la condición humana se someten al bisturí para mayor gloria del músculo financiero que sostiene el absurdo del deporte. Aquí no existen noticias de victoria en una guerra; la guerra es contra nuestros sentidos que han dejado de percibir la realidad y se han convertido en un sucedáneo de vida, la entrega al deporte, a la vida deportiva, al squash de la dieta, al fitness, al baile sobre la barra, al botox y al bisturí. El deporte sin motivo. Nadie parece haber disfrutado de la soledad del corredor de fondo que rechaza convertirse en un producto ajeno. El bienestar es objeto de comercio y de propaganda. Tan confundido con el deporte están muchas personas que han aprendido a desconocer el placer de la lectura, de la conversación, del encuentro con la realidad y con la razón. El cultivo del cuerpo hasta el absurdo se ha impuesto para mentes no cultivadas.