El mundo involuciona, parece que el progreso ha devenido en regreso, ya no existe un origen sobre el que volver la mirada, desandar lo andado, solo queda el precipicio de la soledad, la autodestrucción social. El pueblo, ahora es una manada, creyente, unívoca, uniforme en su infinita soledad de individualidades mudas, un rio de gentes que desfila ante una pancarta impuesta por otros, acumulación de voces represadas ante una barrera, la manada grita sentada, de pie, tumbada. Un rito se ha adueñado de las almas, dispuestas ahora a sacrificar cualquier reflexión intelectual. La emoción se ha hecho grito porque la mente es ahora muda. Solo queda sitio para una venganza, para un linchamiento público, impúdico.

Nosotras somos la manada desgañita el gentío que se opone a la manada. Podíamos ser justos y pedir la muerte para quienes tan deleznablemente han destruido la confianza, la seducción y el amor en su lascivia tribal. Tan huecos por dentro, como superficiales por fuera. Pero la manada opuesta, el griterío de una farsa carece de vergüenza, carece de reflexión. Se admite sólo como parte de un aglomerado de identidades diluidas pegadas por una proximidad imaginaria. Y la manada condenada por las leyes viene a morir su existencia en nueve años de prisión. La manada condenada experimenta el odio que merecen, pero ese pueblo hipócrita que pretende castigar la violación más que el homicidio, incluso que el asesinato solo protesta por el nombre. No le importa la magnitud de la pena. Que es un abuso frente a una violación. Una violación por la mitad de los años no vale un abuso por el doble. La infeliz víctima a quien usufrúctuan como mero producto sus abogados quería olvidar. Ahora queda presa de una historia identitaria. La defensa de la víctima triunfa cuando cobra sus honorarios, cincuenta mil euros irrisorios no dá para mucho, es poco para sus expectativas. Pero las manadas opuestas piden venganza. Se satisfacen con un nombre, con una etiqueta, con una marca.

Las manadas se reunen protocolariamente en citas a ciegas a través de las redes, denominadas erróneamente sociales, para darle un atributo de emoción, de sinceridad, de creeencia, de religión. Las redes, a secas, son estructuras, mallas para pescar, cazar, cercar, atrapar. El cebo con el que se engachan los anzuelos sociales, son los videos en que buscan la escena escabrosa, el forcejeo inexistente, la sumisión como si el sexo solo pudiera ser violento o inocente. Para el sexo ninguna mujer es culpable. Solo quien esgrime su pene como arma puede ser culpable.

La especie humana se ha degradado para alcanzar su estado primitivo, el salvaje e irreflexivo estado de manada. Son las mentiras las que contribuyen a pervertir la naturaleza del ser, construidas con hilo de sedal por los medios de comunicacion. La prensa y la televisión apoyan las manadas, la manifestación callejera porque ofrece réditos publicitarios, porque cuenta con la inestimable ayuda de los tribunales populares que quieren decidir en las redes quien debe ser reo, y quien culpable. Las manadas violentas no leen nada. Son tan analfabetas como estúpidas y violentas. Las manadas lanzadas por los medios de masas son tan analfabetas y estúpidas como aquellas que pretenden ajusticiar. Terrible experiencia aquella de los tribunales populares que se mueven a la conmiseración ante ciertos delitos, o promueven la horca para otros incluso menos repugnantes. El eco de las manadas agresivas es la manada populista que planta flores en el altar de la patria.

Esta amalgama crea el caldo de cultivo para la destrución del tejido social promoviendo un clima prebélico, de enfrentamiento continuo, de ocio punitivo donde los manifestantes exigen el castigo de cualquier acto por encima del orden de la justicia. Se dopa desde los medios una noticia, se alimenta en tertulias y se difunde, la audiencia inunda las redes con venganzas, cuando la justicia emite la sentencia, los reos ya están juzgados. El legislativo reaciona acomodando las leyes a la demanda de las manadas, induciendo la revisión de los delitos contra la libertad sexual.

En el caso de la manada de Pamplona, el delito se sustancia en un video. El video es la prueba del consentimiento. La conciencia del delito habría impedido la grabación y no habría tenido sentido difundirla si hubiera existido violencia o violación. Era un vídeo porno para consumo propio y ajeno, como otros muchos que se ven día a día y sobre los que no se aprecia si existe consentimiento, violencia o violación o son fruto de una trama ilegal de trata de blancas.

Si el vídeo no se hubiera difundido, no habria existido causa; parecería increíble que cinco jóvenes por muy descerebrados que fueran, violaran a una mujer buscando una habitación para consumar el acto, cogidos de la mano, besándose. Quizás solo deseaba a uno, pero la manada comparte la presa. La denuncia ha creado una postverdad pública que se ha convertido en una bandera para destruir la riqueza y alimentar la cultura de la carroña periodística y publicitaria.

Se ha juzgado un video. Ha sido la demanda de las redes y las manadas mediante la propaganda de los medios la que ha inducido las penas que han estimado los jueces, no por estar de acuerdo con la pena, cuando no era posible una apreciación objetiva del delito. La justicia se ha rendido a la presión mediática, y la sentencia ha querido mantener la equidistancia entre la absolución y la pena máxima. Pero ha cometido un delito imperdonable en una cultura narcisista y nominalista, que confunde realidad y fantasía, que consume etiquetas.

De esta forma el sexo y el deseo, la perversión humana manifestada de forma gregaria se ha reconstruido en un relato lleno de falsedades. Todos creen las mentiras, porque son mentiras perfectas. La verdad es imperfecta porque no puede ser admitida socialmente si la manada no abusa de esta mujer arrastrada a una situación que es incapaz de prever en sus efectos en el largo recorrido desde el encuentro hasta la consumación del delito. La joven consintió a su primera experiencia, y las manadas humanas se manifestaron para indicarle que habia existido violación y robarle su desarrollo y su identidad.

El orden de los factores alteró el resultado. Un acto privado, no público, no implica conocimiento social y la verdad se restringe a ese ámbito. Solo cuando el acto privado trasciende a lo publico es cuando se construye una mentira social que se resuelve de forma injusta para todos porque la verdad privada deja de existir cuando la justicia pública mete sus ojos en el video.

­