Para nuestra desgracia los vicios y defectos que aquejan a un hombre pueden también reconocerse en una mujer. O viceversa. Se sabe que estamos frente a una tribu cuando en lugar de hablar a nuestro interlocutor de carne y hueso se le habla y se le responde desde una perspectiva tribal, en nuestro actual estado de desventuras, desde una perspectiva catalana, o desde una perspectiva de género. En la cultura del franquismo, solían concluirse los halagos a una mujer ausente con la expresión "mejorando lo presente", si alguna otra hembra concurría en el encuentro. Ahora, en virtud de esa ley de la tribu, no puede decirse de un catalán que es un jilipollas, porque automáticamente todos los que cifran su identidad en esa quimera se substituirán en él, y no les cabrá distinguir entre su obscena individualidad y su pertenencia a la tribu a la que apelan para sustentar su identidad. Así tampoco puede decirse que una mujer es ignorante o lerda, como antaño no podía decirse que era simplemente fea. Por definición para un machista, todas las mujeres son objeto de deseo, y vive Dios, que en rara ocasión ocurre semejante disparate, ni siquiera en las mejores expresiones de un supuesto instinto machista.

Todas las apreciaciones, opiniones y juicios apelan a nuestra particular experiencia, y de nada puede decirse que sea verdadero o falso sin apelar al método científico. El ser humano ha inventado el método científico para dilucidar qué evidencia da razón de lo que parecía una opinión antes de probarse. No hay garantía de que un buen escritor sea un sabio, como no hay garantía de que un gran pintor no sea un asesino y ahí tenemos a Caravaggio, por citar uno sólo. Newton era un sujeto soberbio e implacable, insoportable en una charla o en un encuentro. Y Leonhard Euler, Max Planck y Rosalind Frankin eran sabios y humildes. No hay duda de lo que les debemos. Las vicisitudes particulares humanas nos traen directamente al pairo. Solo un imbécil puede ver en las sublimes pinturas de Caravaggio al criminal que debería haberse condenado con la máxima pena.

Viene esto a propósito de los ensayos antisemitas de Louis Ferdinand de Céline, al que conocemos por su pseudónimo, excluidos de su nueva publicación por Gallimard. Tal parece que su lectura no puede ser si no a propósito de repudiar el mal, o enaltecer y justificar el genocidio. Parece imposible leer un texto sin convertirlo en una biblia. Y parece que es imposible preguntarnos la razón del antisemitismo que ha asolado y sigue asolando la cultura europea y por extensión casi cualquier cultura. Obviamente, como ocurrió con los nazis que creyeron ver judíos en cualquier ser humano, es la clasificación la que condena al otro a la condición que quiere juzgarse. Aquí se repiten los mantras con toda impudicia. Entre los últimos ocupa un lugar destacado el término de patriarcado, que se ha convertido en una suerte de epítome de la humillante relación de aquellas mujeres que se sienten esclavas frente a una cultura abstracta que les somete. Es obvio que no saben que es el patriarcado e ignoran el matriarcado vasco y el matriarcado judío, por ejemplo. Es claro que no van a mirarse su alma para determinar que les hace atribuir a otros, lo que es resultado puro y simple de su escasez intelectual, de su falta de talento para ir mas allá de la apariencia y tratar de explicar que pueda significar su experiencia, y que pueda significar aquello que utilizan como si fuera uno de los mandamientos de un catecismo sexista y ramplón. Explica Marvin Harris que la ceremonia del sati en la India no expresa el predominio del hombre sobre la mujer, sino el dominio que la mujer tiene de la cocina de modo que incinerarla con la muerte del marido era una forma de disuadirla de que lo envenenara.

Confieso que no me interesa lo mas mínimo leer la biblia como si fuera una historia sagrada a repudiar o en la que creer. Y tampoco me preocupa que los ensayos antisemitas de Céline digan algo realmente de una supuesta identidad de fe. Sí me preocupa, muy al contrario, que se extienda esta suerte de ignorancia colectiva sobre el significado mostrando una absoluta falta de comprensión lectora. Como muestra valga un botón. Laura Freixas escribe sobre Lolita para reificar una obra que inevitablemente debiera reconocer como superior a todo lo que escribe como una novela que habla del mal, de ese sometimiento de una niña al deseo lascivo de un supuesto patriarca que ha decidido acosarla desde el interior de una familia artificial. Laura Freixas nos recomienda leer a Lolita en ese mismo contexto que el necio puritanismo actual nos obliga a ir con el hisopo a exorcizar cualquier producto cultural que no encaje con las estrechas miras e ignorancia de sus usuarios. Pero claro está, leer Lolita sólo para ese ejercicio prístino del verdadero cristiano. Y eso en lugar de pensar el lugar de los actores para descubrir ese hilo de las identidades que apresa a los individuos para ser algo distinto de lo que son.

Laura Freixas ignora con una impudicia digna de reproche que Lolita no es una niña inocente. Solo puede serlo como cualquier adolescente que no sabe calcular las consecuencias de su propia conducta. Solo ve a un imaginario pederasta. Parece haber leído la novela, o haberla oido, y no ha entendido nada. La inmadurez como una condición para arriesgarse. Una muestra de esas novelas de adolescencia escasas y representativas, tan necesarias y sugerentes y tan ajenas a las banderas del feminismo radical, tan de moda, como El guardián entre el centeno, Las tribulaciones del estudiante Törless, el Retrato del artista adolescente, etc. con la sola diferencia de tratar de la niña que se desarrolla en mujer en esa predisposición estereotipadamente tan femenina de la tendencia a la forma, de la tendencia al uso de las máscaras sociales que enajenan el desarrollo libre de la personalidad, en la proliferación de los tatuajes, de los pircines, de la pose impostada, y de la apariencia. Lolita duda entre convivir con quien le ha hecho madre, o regresar con el padre adoptivo y oportunista, porque no es tan claro que la libertad sea la libertad canónica de quien escoge desde su inmadurez, sin análisis y sin reflexión. ¿Cuándo van a hablarnos estos sindicalistas de la fe correcta del consentimiento de la poligamia, de la proliferación del velo, de las marcas que humillan y restringen la libertad de trato y marginan y enfrentan a unos contra otros, de la conversión de la mujer en cuerpo y en mercancía?. ¿Cuándo de esos modelos sociales que castigan el desarrollo de la identidad personal?. Cada miembro de una tribu, teme hablar de los miembros de otras. Es una forma de preservar la suya.

Es una expresión mas de la "irresistible ascensión" de los conflictos de identidad como plataforma de lucha política, que en tantas ocasiones y lugares han tomado el relevo de la "lucha de clases". Como resultado de ello, hoy esos conflictos "profundos" de poder se han convertido en su mayoría en batallas cuyo trasfondo ya no es la igualdad, como lo era en los proyectos de corte socialista, sino la diferencia que compone la marca identitaria de cada uno de los adversarios, cuyas acciones individuales han pasado a ser impersonales. Un tiempo aciago para la reivindicación de la libertad y de la igualdad. Bienvenida, Laura, a la tribu.

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