Cómo afecta a los menores la exposición a la pornografía, a las expresiones de la sexualidad, y a las expresiones de la conducta de género?. A la sabia Cifuentes le importa literalmente un pito y eso que suponemos que no defiende para sí misma contar con un pene, incluso aunque no haya tenido descendencia -la expresión más exclusiva de ser mujer, sea cualquiera su expresión de género-, lo que bien podría ser un motivo para defender los vientres de alquiler frente a Beatriz Gimeno, que sí cree que las mujeres no son órganos de reproducción.
El género se fija en los primeros tres años de vida. El desarrollo de esa representación del propio cuerpo es el destino de cómo se expresara la interacción humana y la propia sexualidad. El debate ético de qué hacer con quien presenta tempranamente una conducta transexual gira en torno a obtener el mal menor, aceptar el cambio si la adaptación del menor ha de mejorar en el largo plazo, o rechazarlo, si es al contrario. Los colegios de psicólogos rechazan la terapia de conversión. Ya todo está decidido antes de tener conciencia de sí mismo. Se ignoran los riesgos. Aquellos que viven de administrar la ideología de género abogan por condenar al sujeto que balbucea una identidad de género a sabiendas de que los resultados no están en absoluto garantizados, ignorando cualquier evidencia. Es el caso que un amplio porcentaje de menores presentan estas conductas, no necesariamente genitales, pero dejados a su libre desarrollo sólo un porcentaje muy reducido devendrán en transexuales. Y no es lo mismo la transexualidad infantil y adolescente que la adulta. ¿Conocen el exordio mental de Jan Morris en Conundrum?. Al igual que ocurre en la práctica homosexual, de ese porcentaje del orden del 24% que han experimentado la homosexualidad únicamente hasta un 3%-4% la consolidarán en el mejor de los casos con una sexualidad madura y una expresión única. Se desviven los abogados de la singular lógica LGTB... en rechazar, con el aval de obscuros e ignorantes colegios profesionales, el término de enfermedad para esas identidades y orientaciones sexuales.
No puede ignorarse que la representación mental es el destino del individuo y tampoco que el término de enfermedad es profundamente inadecuado en lo que concierne a la conducta humana. Cualquier etiqueta empleada que se base en el consenso profesional no proporciona una explicación. Pero tampoco se quiere reconocer que en cualquier identidad sexual actúan los mismos mecanismos. Descontadas aquellas alteraciones funcionales que modifican los caracteres secundarios del sexo expresado, la transexualidad, como cualquier orientación sexual, es siempre expresión del cerebro. La transexualidad no es una enfermedad. Es un tipo de trastorno dismórfico, que es posible identificar con el examen de la actividad cerebral, un trastorno por el que el sujeto viene a desarrollar una representación impropia de sí mismo, que finalmente le roba su desarrollo en la expresión de su sexualidad y conducta reproductiva. En lugar de aplicar la cautela debida, minimizar los riesgos individuales y sociales, se ha hecho de la transexualidad una bandera política, el caldo de cultivo de la irracionalidad. Una familia sociópata ampara la consolidación de una identidad que está por decidir, la ampara y fosiliza. Y viola con ello el libre desarrollo de la personalidad al fosilizar una identidad de un sujeto en desarrollo. Es la expresión de una forma de abuso sexual cuyo destino será alterar la interacción humana, centrar la identidad en el género asignado, y hacer estériles. Sólo una ley de protección de la infancia que conozca los hechos científicos puede evitar que se extienda este abuso sexual de la infancia, y que se prodigue de forma tan irracional la ideología de género. La ideología de género es el instrumento por el que trata de destruirse la cultura, es el proyecto de un movimiento anarquista, antisistema, que pretende silenciar la experiencia y evidencia humana, con un daño irreparable para el desarrollo humano. La violencia de esta ideología de género es de una extraordinaria magnitud porque pretende validar una negación de la naturaleza. Una cosa es que debamos aceptar la condición transexual, proteger a los individuos que desconocen el origen de sus propias emociones, que aceptemos en las mejores condiciones posibles su desarrollo y minimizemos su fracaso social futuro, o que incluso no sea útil ni económico intentar su transformación, y otra hacer una bandera con el objetivo consciente de destruir la sociedad y la cultura humana, la racionalidad ya en desuso de nuestros políticos.