El suceso quizás mas de lamentar de la cultura política contemporánea es el proceso de destrucción que viene afectando a los partidos políticos que podrían representar un proyecto colectivo, un concepto de comunidad. Se adivinaba que la caída del telón de acero llevaría progresivamente a la destrucción del tejido social que permitió el desarrollo de la Unión Europea, el agostamiento de las fuerzas que condujeron a las dos guerras mundiales, la renuncia a redibujar las fronteras, y la creación colectiva de un estado de bienestar social que en la España contemporánea vino a denominarse en forma catequética Estado Social y Democrático de derecho con economia mixta, donde la iniciativa privada y la acción pública fueran no solo compatibles, sino concurrentes. Las armas de este proyecto colectivo es el cumplimiento de las leyes que atesoran lo mejor de la experiencia humana con la consiguiente reducción de la arbitrariedad de quienes ejercen de soberanos, sea desde el sistema judicial sea desde el poder ejecutivo. Se trata de eliminar por completo la discrecionalidad de estos poderes del Estado. La denominación misma de Estado Social y Democrático evocaba ese pacto entre quienes representan el papel de la iniciativa individual en una sociedad liberal que consagra el derecho fundamental de la libertad y la dignidad del individuo, última razón del desarrollo y la generación de riqueza, y la responsabilidad social colectiva del sistema que organiza las voluntades individuales en un proyecto colectivo que trasciende la perspectiva del individuo.
La crisis económica generada por el capital especulativo habría hecho un daño infinito de no existir instituciones que resistieran la tentación de crear fronteras donde no las había, reforzando el delirio nacionalista que acompaña a todo proceso de inevitable decadencia. Ahí está la amenaza de Trump para recordarlo. El proyecto europeo, a pesar de su éxito, sigue siendo, sin embargo, un proyecto extremadamente débil. No cuenta con una política de fronteras, renuncia a exigir responsabilidad a quienes optan a ser ciudadanos de pleno derecho tratando de redimir un pasado oscuro y así consiente con hábitos, costumbres y valores que amenazan la libertad de todos, no cuenta con una capacidad militar operativa para hacer valer los derechos de los ciudadanos a nivel internacional, presenta una dramática dependencia de potencias hegemónicas que no cuentan ni con su capacidad ni con sus recursos, y camina dubitativa a constituir instituciones que promuevan responsabilidad, sea del sistema financiero con políticas de corresponsabilidad en la gestión de la deuda o la supervisión bancaria, sea del sistema social con políticas de protección pública implementadas universalmente para todos los ciudadanos europeos. Un cuantioso presupuesto, proporcionalmente ridículo en relación con el PNB de los socios, ha permitido la Unión Europea, pero se extienden aquellas fuerzas que estuvieron en el origen de los mayores desastres conocidos en la historia de la humanidad, singularmente las restricciones al libre comercio, la emergencia de fuerzas parafascistas que reivindican un concepto que atenta contra la libertad y la identidad humana, la aparición de fuerzas que tratan de disolver los valores sobre los que se cimenta la sociedad democrática, la formación y expansión de partidos nacionalistas, la elevación al poder de políticos sectarios, sin escrúpulos, que hacen verdad la crítica de que la democracia no es el sistema político que escoje entre los mejores el que mejor representa a la ciudadanía. Las leyes mismas están amenazadas y la interpretan a su antojo.
El pasado siempre se reescribe en pasado; los temas calientes de la actualidad ocupan la agenda cegando la cultura política del ciudadano que de este modo ignora en que presente vive. Observemos ese proceso con la capacidad analítica de quien se resiste a creer que los dictadores incumbentes son resultado del azar. No se trata de hablar por que tipo de artimañas se elevan a una posición pública quienes no obtuvieron de las urnas su legitimidad, ni siquiera se trata de hablar por que clase de mecanismos se perpetúan en el poder y compran su posición, ni de la factura moral de esos personajes de cuento que llevados de su narcisismo se eligen a sí mismos como salvadores de la patria. El modo en que han venido aplicando su singular épica a la limpieza étnica. El problema es extraordinariamente más serio y estructural que la mera exposición de una serie de individuos que sólo buscan su beneficio en detrimento de la mayoría ciudadana. A estos políticos lamentables podrían aplicárseles el beneficio de la duda sino fuera porque son responsables de su pavorosa falta de cultura social. Esta ignorancia culpable no sería dramática si se expresara sólo en sus preferencias individuales. El caso es, sin embargo, que esa ignorancia amenaza nuestra convivencia y nuestro desarrollo.
La resolución del conflicto político entre las falaces promesas del comunismo extinto que aniquilaron la capacidad creativa y esclavizaron a generaciones enteras bajo amenaza, y el capitalismo ramplón que se enriquece por la pura intermediación de los creadores de riqueza no ha concluido todavía. Sin embargo, en el horizonte se dibuja el éxito del singular desarrollo del Estado chino, y de los Estados democráticos que han aprendido a lidiar con intereses contrapuestos, y crear instituciones que han retirado autonomía y reducido soberanía a quienes ocupan posiciones relevantes en el Estado, con absoluta ignorancia de su cometido. Existen cada vez mas instituciones públicas que con independencia técnica y juicio profesional ponen orden en un sistema social complejo que, de no existir, pondrían irremisiblemente la comunidad entera a merced de egoísmos privados.
Al igual que la evolución de la iglesia cristiana fue decisiva en la creación de universidades y en la conformación de la cultura democrática, y el sindicalismo contribuyó a la creación de una conciencia de comunidad, nadie hoy bien informado y en su sano juicio atribuye a estas instituciones pseudopúblicas la defensa de intereses comunes. Cuando se manifiestan obreros, funcionarios o pensionistas, manipulados por líderes encubiertos, defienden intereses privados y de ningún modo representan la comunidad.
En este horizonte los viejos partidos de corte socialdemócrata ven amenazada su posición. Y es ahí donde emerge un proceso de descomposición que atenaza a este socialcapitalismo que sale en desbandada a representar cualquier interés y cualquier clientela política con tal de mantener y acrecer sus privilegios. Aunque sea renunciando a siglas e ideología. Este proceso de inevitable decadencia puede observarse en las banderas que enarbolan, la renuncia a la promoción de una moral pública, el abanderamiento del nacionalismo mas excluyente, racista y localista, la articulación de un discurso personalista que borra el papel de acciones colectivas, la política de agitación y propaganda a través de los medios que pugnan por controlar, la falsificación del discurso y la diseminación de rumores y noticias falsas. Los partidos de la izquierda tradicional se han hecho locales y adoptan las etiquetas de la comunidad reducida en la que aspiran a medrar. Los partidos catalanes representan a Cataluña, el BNG a los gallegos, el PNV a los vascos, el PSOE a Andalucía, Podemos a la mítica patria obrera, los movimientos sociales que otrora representaron la lucha por la libertad han venido a conformarse como agentes al servicio de intereses espúreos en beneficio de sus gestores. Los viejos libertinos se han hecho gerentes de oenegés. Iglesias y sindicatos se preparan en ese complejo mundo, los sátrapas aupados a sus posiciones de mando han usurpado los valores comunitarios. Nadie vindica un proyecto comunitario y universal. Los viejos partidos socialdemócratas, en su lugar, entran en coaliciones con quienes pugnan por la destrucción del Estado democrático. Han vendido la soga de la que morirán ahorcados.
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