Las expresiones del totalitarismo son muy diversas. El totalitarismo se presenta bajo distintas máscaras y ropajes; al igual que la experiencia de placer que se esconde tras el dolor en el pervertido, el totalitarismo puede aparecer vestido de libertad cuando ataca la libertad de otros. Sucede siempre que la democracia aparece en ausencia de una cultura de la libertad; surgen entonces quienes pretenden establecer las reglas del juego y ejercen su coacción sobre el discurso ajeno como si este debiera responder a un poder hegemónico, a un pensamiento único.

Condenar por anticipado, negar la presunción de inocencia, confundir emoción, juicio moral y juicio racional, creer que el mundo debe ser tal y cómo se imagina, confundir en fin realidad y deseo, sentirse acreedor a un derecho que no se tiene, o sentirse expoliado de algo que nunca se tuvo; son todas ellas expresiones de ese totalitarismo emergente. El populismo rampante viene repleto de estos vicios.

Solía decir el inefable Alfonso Guerra, que tan bien supo imponer su disciplina a voluntades ajenas manipulando su representación, que en cuanto aceptas los mimbres del discurso de otro, ya no tienes defensa. Simplemente, has perdido. Esa cultura totalitaria de inocente apariencia se expresa en la dificultad de aquella persona que procura su bienestar emocional pidiendo protección frente a las palabras e ideas que le disgustan. Ya no existe opinión ni confidencia, ni intercambio alguno. El estigma se extiende a todo aquel del que disiento. Ayer podía tratarse de un judío, un gitano, un negro, un homosexual, o un minusválido, y hoy reverdece en el estigma del machismo y sus innumerables alegorías. Cualquier etiqueta de un amplio diccionario sirve para convertir a otro en cosa, en un reo de culpa automático, en el objetivo y destino de una fetua. En rigor cualquier mensaje puede prohibirse, basta con su etiquetamiento. Y tras el etiquetamiento, el linchamiento social. Así se invierten los términos. Quemar la fotografía del rey no debiera ser un delito de injurias contra el Jefe del Estado, y menos aún contra la corona. Si podría considerarse un delito promover activamente la violencia e incitar al odio si se ejerce bajo la protección de una organización partidaria, una mara, o una organización terrorista o mafiosa. Ni puede anularse la libertad de expresión, ni la libertad de expresión puede amparar una acción colectiva que destruya potencialmente el derecho de cualquier otro a existir cualquiera sean los disgustos que nos cause su manifestación. La manipulación llega a tanto que cualquier abogado por bien intencionado que sea que defienda una opinión etiquetada de machista, se convierte por sí mismo, automáticamente, en un machista irredento. Como si a cada machista no le correspondiera un feminazi. Y cuando impera la etiqueta sobre el razonamiento, la interacción es imposible. Cualquier interacción social es coercitiva y obliga a todos a parecer lo que no son o lo que son que tanto da.

Muchas personas de buena o mala fe parecen prestarse a reducir cualquier opinión social al género de los buenos y de los malos, como en el famoso diálogo de Ser o No Ser de Lubitsch entre el Coronel Campo de Concentración Erhardt y el presunto profesor Siletsky a propósito de un chiste sobre el Fuhrer: la aparente discrepancia concluye con Heil Hitler!. No se puede esperar que el pensamiento totalitario responda a un análisis; su fuerza consiste precisamente en su absoluta simplicidad, en su populismo intrínseco.

Se limita de este modo que puede decirse y que no se soporta haber oido. Ya no se escucha al otro, se adivina lo que pueda pensar sin tener ninguna evidencia de su pensamiento, o incluso negando cualquier fuente de evidencia para ajustar la realidad a lo que bajo esta coacción totalitaria puede ser socialmente tolerable. No hay ningún trecho que recorrer al linchamiento moral. Un último episodio y ni siquiera el más significativo ilustra el caso. Aguado, el portavoz de Ciudadanos en la Asamblea de Madrid se ha convertido en el epítome de la necedad. ¿Por qué no le pide a César Zafra que le presente su currículo y de paso el acta?. Ya conocíamos la simpleza que se esconde detrás de su cara de víctima. Como si esa cara pudiera granjearle algún tipo de credibilidad. Ciudadanos fue criticado por considerar inconstitucionales las leyes de género que ante el mismo delito castigan de forma desigual a hombres y mujeres. El repudio generalizado de un análisis racional logró apear a Ciudadanos de una propuesta razonable. Y ello en un contexto de absoluto fracaso de las políticas contra la violencia de género. ¿Alguien cree de verdad que un nombre puede cambiar la naturaleza de la cosa?. Esta pseudoizquierda nominalista cree en el valor absoluto de las palabras. Pues bien, Aguado ahora arrastra a su partido a la pretensión de destituir al alcalde de Alcorcón bajo la acusación de un delito de opinión. Avezados andan todos estos que al lanzar la mierda por la ventana, arrojan al bebé con ella. El machismo tiró la libertad por la ventana. ¿Es tan difícil respetar la libertad de otro sólo en ejercicio de nuestras emociones y subvertir el ejercicio de la democracia? ¿No hay otros temas que merezcan una crítica política o hacer una moción de censura? ¿Se puede ser tan simple para rebuscar en la ideología lo que no puede permitir la razón?

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