El término globo es una palabra perfecta para denominar al sujeto de habla engolada y fatua. Pillar un globo expresa sentir el vértigo de quien se enfada y se irrita solo en el contexto de una sensación de mareo y pérdida de facultades. El término reaparece para identificar una noticia falsa que se lanza al tertuliano como un globo sonda, como si el arte de la pesca consistiera en lanzar un cebo para que alguien pique. Una forma digital del globo sonda es lo que el anglicismo spam significa, un término que identifica un tipo de jamón especiado convertido en la expresión de correo basura o indeseado.

Cualquier usuario conoce bien que existen más correos orientados al fraude que mensajes informativos, hasta el punto de que una forma de delicuencia organizada, que tiene dificil respuesta social, ha venido a llamarse fishing, el arte de pescar al incauto desprevenido que creyendo veraz la información se deja engañar en estafas piramidales o en el ingente negocio de las cartas nigerianas, la versión moderna del toco-mocho y la estampita. ¿Puede un ciudadano sobreponerse a tales formas de delincuencia organizada?

De Pablo Iglesias nadie puede decir que no tenga el éxito del feo en esa lógica popular de que la suerte de la fea, la bonita la desea. Se coge un globo sólo. Se engola en sus palabras y se atranca a base de hablar a machamartillo sin dejar de respirar entre vocales para parecer mas contundente en un habla fluida. En un habla fluida hasta el atropello no parece haber fisuras de juicio. El habla verborreica del afásico de Wernicke, o del Síndrome de Williams hecho carácter político, un galimatías sin sentido a modo de mantra o lenguaje bíblico que cabe interpretar desde todas las perspectivas o creencias.

 

La academia ha estado siempre llena de sujetos capaces de hablar durante horas sin decir absolutamente nada, pareciendo decirlo todo. El entrañable Adolfo Muñoz Alonso, que fuera rector de la Complutense, pertenecía a esa especie tan propia del falangismo que ahora reverdece con Pablo Iglesias. Pero desde luego ni éste ni aquel son únicos en su especie. Decirlo todo sin decir nada, o decir nada, pareciéndolo todo es un arte que parece devolver pingües beneficios. Se llama carisma.

El caudillo se desinfla como un globo de helio. Parece asaltar los cielos, para luego caer sobre su piel de goma. Pablo hay uno sólo, le dice al oído Irene Montero. Brilla metálicamente en la oscuridad con el logo serigrafiado de un eslogan para incautos. Es el heredero podemita del mantra de Obama de donde obtuvo su eventual minuto de gloria: Yes, we can.

El cordel cuelga suelto, y el aire inerte ha dejado de moverlo. Con el tiempo el globo pierde fuelle, se arruga  y termina cayendo, parece quedarse de pie y finalmente se tumba. El recurso del iluminado es siempre el mismo, apelar para resucitar a la memoria histórica, revivir la guerra civil y lanzar improperios a su enemigo número uno, a Rajoy.

Es un mantra que ha venido funcionando para cualquiera que quisiera aparentar equilibrio y distancia: se ataca al independentismo pero también a Rajoy. Para cualquier crítica aparente se ha de apelar en último término a Rajoy. Rajoy se ha convertido en el ungüento amarillo que lava todas las responsabilidades y oculta la cara del delincuente y del asesino. Solo faltaría que el artículo 155 hubiera resuelto la mas grave y profunda de las amenazas institucionales a la democracia, a la libertad y a la verdad, para mayor gloria de Rajoy. Hasta Bescansa que se llevó el bebé al hemiciclo para lucirlo como virgen madre le ha sugerido hablar de España.

Todos hemos sido niños alguna vez. La política infantil necesita niños, niños caprichosos que a la salida de las Iglesias quieren uno de esos globos que se levantan contra el cielo en el hatillo de un hombre moreno. Los padres recompensaban a los niños con globos de helio si se habían portado bien en misa, si no corrían por los pasillos, si se confesaron antes de comulgar y sacaron la lengua para recibir la hostia consagrada al tiempo que juntaban las palmas.

Los niños saben que detrás de Dios están los globos, está el paraíso. Pablo Iglesias e Irene Montero, sus feligreses y tertulianos, son los curas de nuestro tiempo cuando se declaran líderes y doctos en ciencias políticas que es la clase de discurso vacío que sólo sabe de aritmética electoral. Pablo Iglesias tiene los días contados, y los diputados justos para refundarse. Lo intenta ahora con un discurso antinacionalista catalán dándole la coartada a los delincuentes de un referendum pactado con el Estado. El 155 les ha vencido. Pero, se le ha visto la galena, el plumerito y la radio, el plumero político que identifica a los hipócritas. Es extranjero por aquello de que nadie es profeta en su tierra y se identifica con una patria nacionalista que quiere construir una patria de parias de la tierra donde ejercer como caudillo. 
Entre las cosas que el nacionalismo catalán ha robado a los ciudadanos, una vez más, ha sido una república de ciudadanos libres e iguales. La segunda república española tuvo su oportunidad histórica con una monarquía desprestigiada que entregó el poder a Primo de Rivera. Aquella izquierda histórica, que al menos tenía bagaje y discurso y retórica parlamentaria no sobrevivió a la amenaza cantonalista incluso a pesar de encerrar al sátrapa Companys responsable por mano propia de tantas muertes. Entonces era una izquierda antinacionalista y laica. De aquella izquierda demócrata no quedan ni las cenizas.

La República se perdió porque era una fábrica de mangantes ineptos donde se permitió un pucherazo masivo. Las elecciones del 36 fueron la mecha que encendió la guerra civil. Los radicales creyéndose ganadores de las elecciones buscaron un apoyo internacional que se les negó. A pesar de creerse dogmáticamente superiores, moral e ideologicamente, perdieron. Como ha perdido el dogmatismo catalán de los iluminados, en los mismos términos que denunció Manuel Azaña.

La guerra se perdió, no una vez, cientos de veces, en El Ebro, en Brunete, en Madrid, en Belchite, en tantos sitios y el destierro fue el camino de los derrotados. La república española esa que no conoce de fronteras ni desigualdad ha perdido con Iglesias su oportunidad democrática. El discurso guerracivilista de Pablo Iglesias, el recuerdo del dictador Franco, el dedo acusador de YO o el franquismo, el cambio de placas de las calles, la extracción de huesos de zanjas y acequias representan de nuevo una pérdida del sentido.

 La memoria histórica consiste en no perder la memoria de quienes destruyeron nuestra democracia, de quienes de nuevo trabajan por destruirla, no en dictarla como ley. Necesitamos los monumentos de nuestra memoria, que se mantengan sus vestigios, que se reconozca y conozca el pasado, no para hacerlo ley, sino para estar advertidos de la España negra, de un pueblo de palabra y piel amarga.

 Precisamente, para no repetir con nuevos caudillos, para detectar la estafa, para construir un concepto de ciudadano que Habermas no identifica ni con una raza, ni con un territorio ni con un pasado. En la cadena biológica de cada ser humano, existen quienes podrían obtener nuestro reconocimiento, tantos como existieron sujetos detestables. ¿Por qué habría de ser nuestro pasado, el vestigio de nuestro futuro?. ¿Deben ser nuestros abuelos los que nos hagan marcar el paso?

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