Juan Pérez de Mungía, 22 de noviembre de 2016 a las 09:58

Especulaba Salvador de Madariaga que los pueblos republicanos deben tener una monarquía, y los monárquicos, una república por su nostalgia de la majestad caída, como le ocurría al marqués de Bradomín. Y así ocurre que a la monarquía la defiende la amenaza de guerra civil, y a la república la ilusión de una nación homógenea con un jefe de Estado inviolable que rinde cuentas ante Dios y la historia. Los partidos nacionalistas, como el sueño monárquico del Reich que llevaba a la cámara de gas al diferente, son fatalmente monárquicos. Se pusieron del lado del pretendiente Carlos Maria Isidro, y su vocación tradicionalista antiliberal en la Guerra de Sucesión se resiste a morir en esa búsqueda de la nación, contra toda razón. La dinastía borbónica en el reino de Nápoles y las Dos Sicilias pudo sostenerse, razonaba Anthony Pagden, mientras pudo corromper las relaciones sociales extendiendo la desconfianza mutua para prevalecer en el contexto de un conflicto general. Al final naufragó a manos de la misma mafia que contribuyó a crear. La democracia secuestrada por los partidos vive amenazada.

Quienes hoy sostienen la monarquía son los mismos que no perciben en Felipe VI a un Jefe de Estado y en su pacatería le llaman ciudadano Borbón, como Pilar Rahola de la Esquerra que lo inventó, y el submarino de Podemos, Garzón, que habla siempre desde el catecismo. Se repite la paradoja, los que dicen ser enemigos de la monarquía son su sostén, por su inveterada incapacidad para reconocer qué representa la civilidad, la ciudadanía de Habermas, que nace de la constitución, origen de la legalidad que instrumentan. La desconfianza ha venido a instalarse en la escena nacional a partir de la fragmentación del arco parlamentario como resultado de un perverso sistema electoral que destruye la posibilidad de una conciencia común de ciudadanía. Los partidos nacionalistas representan ese miedo al futuro que se expresa como desconfianza. Los nacionalistas y la denominada izquierda atacan el fundamento de las sociedades libres, la izquierda nacionalista por partida doble. Esta suerte de izquierda estúpida antiliberal sólo existe como amenaza e invoca la dictadura al frente de la calle, de las huelgas, de la violencia callejera, ha renunciado a ser alternativa, y se atrinchera en una ideología suicida antisistema. Existe sólo como amenaza. Rechazando ser alternativa sostienen la monarquía que dicen rechazar. Ciudadanos, Podemos y PSOE rechazan ser alternativa política, rechazando contribuir en modo alguno a la gestión de lo público.

Los partidos emergentes, para mayor inri, abogan por una fragmentación política del tipo de la extinta república italiana... sin italianos, como decía Felipe González, con una nueva ley electoral que hipertrofie la representación proporcional. La marca aberrante de los emergentes. La reforma no va a prosperar precisamente por la misma razón que nace fracasada la idea de una España federal. ¿Qué representación tendría la minoría nacionalista en una auténtica representación proporcional? ¿Quien puede creer en una España federal?. En el Estado de las Autonomías, éstas cuentan con mas autonomía que los estados federados, de Alemania por ejemplo. Al nacionalismo catalán se le viene cayendo la máscara, y vemos la cara que tiene. Algunos partidos catalanes ven en las veguerías su oportunidad electoral, la que permitan magnificar y mejorar su control político, y ofrecer como solidaridad la limosna a la España subdesarrollada que no ha disfrutado de sus ventajas fiscales, presentes y pasadas, naturalmente después de apresar todos los recursos para una unidad de destino en lo universal, una nación desde el neolítico, con sus reliquias masónicas. Como aquellos rabinos hebreos que decían que el habla espontánea de un bebé sería el hebreo de no mediar un entorno lingüístico destructivo. Como la religión musulmana, una condición que no se adquiere ni por herencia ni por conversión, sino por retorno a la fe original. Todos los no musulmanes son apóstatas y blasfemos. Como los catalanes no nacionalistas, xarnegos apóstatas y blasfemos de la grande patria catalana.

A la monarquía española la sostiene el miedo, el miedo a las izquierdas irredentas en permanente invocación de la guerra civil. Que prosperaría si no existiera Europa, o si dejara de existir. La España Federal, una quimera en la mente calenturienta de los Sánchez y los Rubalcaba, es imposible por las asimetrías interterritoriales, por los nacionalismos que sueñan con apresar todo el producto social, como si su riqueza les fuera propia y no se construyera sobre el trabajo de todos los españoles que desprecian. A la España constitucional del General Prim, que murió desangrado, la destruyeron los asesinos nostálgicos de la monarquía absoluta. La España Federal de Pi i Margall de la Primera República murió a manos del cantonalismo, después de que su gestión como ministro de Gobernación le hubiera reportado al Estado la acumulación de una enorme riqueza. A la España de la Segunda República la liquidó el cantonalismo de Francesc Macià y de Companys, y el irredentismo socialista. La farsa de Tarradellas que dijo guardar el corazón de Macià extraido por un rito masónico, le permitió encarnar la legitimidad dinástica del catalanismo preconstitucional. Los nacionalistas catalanes reclaman la república porque son monárquicos antiliberales. Una vez presidente que importancia tiene haber mentido, y qué importancia que el gran padre de la patria catalana, Jordi Pujol, se retirara con su prestigio intacto y el producto de haber robado a sus ciudadanos.

La democracia española vuelve a estar amenazada. Ja son aquí. Los actores son los mismos y están sedientos. Miquel Iceta es el último converso, desde antes era creyente. Ocultó su condición. Todos sus socios han destruido el socialismo catalán a base de comprar el relato nacionalista y a la ruina llevan al socialismo nacional, los socialistas navarros que votan a favor de los cachorros del fascismo etarra, y los parlamentarios vascos que firman acuerdos a espaldas del partido en el que se atrincheran para disimular. El ciudadano informado ha venido a conocer mejor lo que sospechaba, la autoridad personal de Javier Fernández. No tiene que simular como político socialista ningún origen ni aparentar complacencia con los advenedizos que pueblan la izquierda nominalista. Con una impecable trayectoria profesional, Javier Fernández reune las credenciales de quien reconoce su procedencia social y los retos del futuro. Tiene la formación y el rigor intelectual que podría convertirle en la esperanza de un partido que se devora a sí mismo. Pero los capos territoriales que instaló sabiamente Sánchez no sólo votan en contra de lo decidido por el partido, sino que recuperan poder con sus adversarios políticos, para mejor disfrute de aquellos, y para su propia destrucción. El PSC desaparecería si hubiera un PSOE catalán. El PSC compra tiempo y se prepara para un Estado catalán, engañando a sus votantes en una red de intereses perversos, paso a paso, con paciencia, como los nacionalistas de siempre. Las encrucijadas del PSOE son organizativas, ideológicas, y estratégicas. Y se imbrican unas y otras. El PSOE coquetea con la idea del federalismo, pero el federalismo ha nacido muerto: el nacionalismo no quiere reglas comunes ni un mercado único. Quiere a lo sumo una España asimétrica, vampirizar a sus ciudadanos hasta que la inflación generada por un apetito fiscal desbocado, expresión y medida de su fracaso, cree barreras y fronteras donde antes había intercambio. La estrategia eslovena para la independencia. Disfrutando los sueldos más altos para los trabajos menos cualificados, Eslovenia disfrutaba de la paz frente a la guerra civil serbo-croata. Una vez muertos, proclamarán, como en el lecho de muerte el emperador Augusto mientras expiraba, "la comedia ha terminado. ¡Aplaudid!".