A veces los pueblos tienen una paciencia sacrosanta, y a veces, también, por desgracia, se equivocan. La democracia tiene su lado obscuro cuando se impone la demagogia, sobre todo cuando las reglas del proceso entregan el poder a una minoría que se sostiene sobre su habilidad para infundir miedo o hacer valer su amenaza. Trump pertenece a este clan de nuevos ídolos, que se impone primero con la mentira, el insulto y la propaganda para luego ocupar el Estado ¿Quien no ha conocido el riesgo jurídico de un tribunal popular suplantando a la razón y a las leyes condenando a muerte al inocente y exonerando al culpable por simpatía irracional?. Así ocurre cuando por desesperanza se entrega el voto a quien ha venido a destruir el futuro de los mismos desesperados. Causa vértigo que ninguna constitución pueda por sí misma imponer su respeto frente a un poder ejecutivo que la invalide o subvierta con artificios jurídicos. ¿No es éste el caso del separatismo irredento, de la amenaza podemita, de los reformadores encubiertos que reconocen privilegios oportunistas a naciones imaginarias en detrimento de la esencial igualdad de todos los ciudadanos? La república romana no dejó de ser formalmente una república a pesar de haberse convertido en un principado y luego un imperio hasta su extinción.

Cuando la democracia peligra en el primer poder del planeta, la amenaza lo es para todos los hombres de la tierra. Mientras se especula sobre la política del nuevo inquilino de la Casa Blanca se extiende la amenaza más seria a la democracia americana y a la paz en el mundo. Trump muestra tal indiferencia por las leyes, por las normas y la tradición consuetudinaria que su carácter caprichoso e impredecible no deja más lugar que para el desasosiego. Muchos de sus ciudadanos temen las consecuencias de la administración Trump, y los políticos y las instituciones europeas se tientan la ropa. Sus nombramientos, sin embargo, no dejan lugar a dudas sobre el futuro. No se trata simplemente de que elija a generales para dirigir instituciones civiles sino que todos los nombramientos representan exactamente lo contrario de lo que representan los departamentos e instituciones que vienen a dirigir. Basta un breve repaso para enumerar la cultura del disparate.

Así, por ejemplo, la Ministro de Educación Betsy deVos es una rica heredera en cuyo currículo se encuentra su empeño en privatizar las escuelas públicas de Michigan. Y eso en un sistema en el que lo único que funciona como promesa de igualdad es precisamente la educación pública. Como Ministro de Trabajo, Trump nombra a Andy Puzder, propietario de una cadena de comida rápida que aboga por ampliar la jornada de trabajo y se opone a la subida del salario mínimo fomentando de este modo lo que ya es una realidad en la América profunda, trabajar y vivir en la calle como un pordiosero; su práctica laboral contradice todas las leyes nacionales de limitación de jornada y se ríe de los muertos de Chicago que dieron lugar a las celebraciones del primero de mayo. Como fiscal general o Ministro de Justicia, Trump escoge al senador Jeff Sessions que tiene declarado que no pueden ni deben aplicarse a los inmigrantes ningún tipo de derechos civiles. Para el Ministerio de Desarrollo Urbano y Vivienda, Trump ha escogido al Adventista del Séptimo Día, el neurocirujano Ben Carson, que pretende acabar con todo tipo de programas sociales incluidas las políticas de vivienda pública. Nombrando a un negro de ideas delirantes y de origen miserable se justifica desmontar cualquier política de protección pública. Para regir Medio Ambiente, Trump ha nombrado a Scott Pruitt, un negacionista del cambio climático, defensor de los intereses de la industria del petróleo y del gas en su condición de fiscal general del estado de Oklahoma. En el cargo más importante de Secretario de Estado, Trump ha situado al Consejero Delegado de Exxon Mobil, Rex Tillerson, el mismo que se ha venido entendiendo con Vladimir Putin cuando se conoce la intervención del espionaje ruso en la destrucción de la reputación de Hillary Clinton. Como segundo de abordo, se imponen nombres como John Bolton declarado amigo de la fracasada guerra de Irak que piensa en el bombardeo de Irán. Linda McMahon, cofundadora de la compañía Mundial de Espectáculos de Lucha Libre, la compañía de la lucha libre simulada, estará a cargo de la administración que se encarga de las pequeñas empresas. La colisión de intereses privados y públicos, la cercanía familiar de sus consejeros de Estado, la inclusión directa de sus familiares, la intromisión en el espacio público de actores corporativos y privados, la gestión de la presidencia desde un espacio privado, revela cuán cerca se encuentra Trump del modelo de pan y circo de los viejos emperadores romanos. Como experto en hoteles y casinos, Trump lo es también del juego sucio; es el mismo que monta una universidad condenada por estafa. Mientras Trump promete el retorno del empleo a la América profunda, nombra a millonarios que ignoran las leyes y las contravienen, y aboga por reforzar el poder nuclear de Estados Unidos y repartirse el mundo en una reedición del acuerdo de Yalta. Este es el destino de los populismos. Aupar al más mediocre de promesas simples, el reino de los tuits que prometiendo futuro nos traen la ruina. Muchos pronostican que su presidencia se verá envuelta en escándalos y finalmente en un proceso de destitución. Resulta patético que pueda alzarse con la presidencia el menos cualificado de los ciudadanos americanos y que se tiente la suerte poniendo en riesgo las costuras de la constitución y la cultura americanas. Europa puede sufrir las consecuencias si los republicanos que le desprecian, si la saga de Lincoln, no funciona como una barrera a la cultura del disparate.