Una trama secesionista se cierne sobre Cataluña y amenaza con la guerra civil. Se viste de democracia una oligarquía mafiosa que pretende imponer una ideología, una economía y una política a siete millones de españoles y por extensión al resto de los ciudadanos españoles. El gobierno catalán ha secuestrado la democracia tras secuestrar el parlamento catalán. A partir de la financiación mafiosa de CIU que durante años ha alimentado una clientela política bajo el artificio cultural de defensa de la lengua, una clase política ha construido el discurso neonazi de la patria catalana, hasta romper las costuras constitucionales que defienden la libertad ciudadana. Se adoctrina a la población desde temprana edad mediante la propaganda racista en los libros de texto, falsificando la historia, se inculca una ideología conservadora que basa sus orígenes en su reconstrucción fantasmagórica, se desarrollan símbolos como la estelada para sustituir la razón por el sentimiento y todo ello para estructurar un mensaje irracional y sin fundamento que encubre intereses bastardos bajo ideas fuerza, mientras se impone la violencia que impone el silencio a los críticos. El fascismo en Europa tiene sus orígenes en los movimientos nacionalistas; Dios, Patria y Rey es el paradigma. La Iglesia catalana es secesionista; la monja Teresa Forcades y los obispos de Cataluña declaran "Conviene que sean escuchadas las legítimas aspiraciones del pueblo catalán, para que sea estimada y valorada su singularidad nacional, especialmente su lengua propia y su cultura"; el abad de Montserrat defiende que el Vaticano apoya la independencia. La patria catalana, una construcción mítica de un territorio inexistente, históricamente basado en la expansión territorial de La Corona de Aragón por el sur de Francia, Cerdeña y áreas de la Italia septentrional en el que se hablaban dialectos latinos y que sirvió a la creación de un área económica basada en el comercio ha devenido en una patria catalana que se remonta a la prehistoria. Esta patria ha venido a ampliarse a la franja litoral valenciana, a las Islas Baleares y extendido su influencia a regiones de Aragón, reconstruyendo la historia al expropiar los archivos salmantinos y el arte y la historia de la corona de Aragón, padre de la historia común de España. El territorio catalán aporta la mayor parte de los apellidos catalanes, Maciá, Alavedra, Torres, Prenafreta, etcétera, la mayoría de los cuales se refieren a propiedades o fincas, pues la vinculación de la burguesía catalana rural con la independencia proviene de la propiedad minifundista, formando así parte del imaginario que alimenta los movimientos contra la globalización. El Rey imaginario que debía haber protegido los derechos de los terratenientes y los privilegios impositivos catalanes vienen a encarnarse en los nuevos salvapatrias dispuestos a sacrificar la historia común de los ciudadanos. No puede olvidarse que la Iglesia Católica en Alemania e Italia apoyó el nazismo y el fascismo, y bendijo la leva de judíos haciendo homogéneas a sociedades que no lo eran. Una alianza olvidada. Tras la derrota del régimen nacional católico, la Iglesia trató de lavar la imagen de lo que había sido una parte fundamental del substrato ideológico dogmático del periodo más obscuro de la historia de la humanidad. El concepto de patria, es un término arcaico que ha dejado de tener sentido en un mundo global, en una Europa sin fronteras en el que existe un mercado único, una completa movilidad de sus ciudadanos, y una economía basada en una moneda común. Reivindicar una patria a partir de una región de un país es un ejercicio contra la historia y una vuelta al pasado. El mismo derecho que reivindican los políticos nacional católicos catalanes (NCC) podría ejercerlo más de treinta regiones en Europa, un proceso delirante que acabaría con las reglas básicas del desarrollo humano y los ejes sobre los que ha girado y gira la paz. La nación es la forma en que encubren sus intereses. Las fronteras no se establecen sino como reserva de propiedad de una oligarquía fracasada en su intento de convertirse en una oligarquía transnacional, una reserva feudal que se esconde tras una cultura y una lengua llamada a su extinción en el devenir de la humanidad. Reivindicar el origen de la patria catalana bajo la idea de que se impuso un rey que no querían los catalanes es un artificio y una falsificación histórica, cuando se conoce precisamente que el rey impuso impuestos colectivos a las comarcas catalanes en lugar de individualizar los impuestos de acuerdo con la renta efectiva de sus habitantes. Se ha vendido un privilegio como una discriminación económica que sólo tuvo lugar, precisamente, contra el resto de los súbditos de la monarquía borbónica. El Estado, sus gobiernos y la constitución, han consentido y alimentado este proceso hacia la destrucción. Los políticos autonomistas catalanes, que debían defender la constitución que les ha otorgado su identidad, han elevado el tiro siguiendo una política de endeudamiento que ha alimentado la espiral de reclamaciones al gobierno central que ha creido poder parar la barbarie siguiendo la política de Chamberlain de pactar con los nazis para calmarlos, como si no hubieran sido estos nazis capaces de crear una clientela política que otorga réditos, privilegios, subvenciones y comisiones varias destruyendo la habilidad de amplísimos sectores sociales para defenderse en un mundo global. ¿Cuantos intelectuales oficiales viven de la subvención pública?. Estos políticos han venido a crear una espiral inflacionista para aislar a la población en términos de renta, y han venido a crear una fiscalidad confiscatoria que alimenta esa espiral inflacionista que adecuadamente gestionada por una propaganda nacionalista ha alimentado el mantra del "España nos roba"; el expolio de sus mafias se ha vendido como un expolio ajeno. Fracasada la estafa de la banca catalana de Pujol, el ensayo se ha extendido a la autonomía bajo el amparo constitucional, y la política de pactos que han llevado a la descomposición social del Estado. Atribuir a los catalanes un carácter de pueblo laborioso, ahorrador, e innovador no deja de ser un aserto racista que olvida que el desarrollo humano está motivado por innumerables factores como son, en muchas ocasiones, la eventual posición geográfica, la salida a un mar que abría oportunidades comerciales, y una estructura de propiedad donde la mayor parte de la población se extiende sobre el territorio gracias a una propiedad distribuida entre sus habitantes. Son los emigrantes los que atraidos por el capital de los oriundos, los únicos que no disponen de propiedad, ni apellido, que siendo, debido a factores demográficos una amplia mayoría no secesionista, quedan definitivamente excluidos, una mayoría no propietaria con apellidos comunes, como García, Pérez, Rodríguez, y tantos apellidos no catalanes, excluidos a pesar de haber sido de lo que hoy es Cataluña. El racismo se alimenta a sí mismo en el desprecio del castellano, en el desprecio del inmigrante de otras regiones españolas, en el creciente rechazo al turismo, en el hecho de que ningún diputado del grupo catalán se llame García, Pérez, Rodríguez, un sesgo representativo imborrable. Un estrategia de depuración étnica ha venido extendiéndose entre los gobiernos municipales, autonómicos y en su representación en las Cortes construida a conveniencia a partir de una comunidad lingüística hegemónica que se supone homogénea. La lengua se ha constituido en una barrera infranqueable para los cuerpos de funcionarios que quedan así a merced de sátrapas locales. El racismo en la escuela, alimentado por la creencia en una lengua autóctona, la idea de patria y nación mediante la implantación de embajadas propias en el extranjero y la idea de un gobierno propio que administre para los catalanes la riqueza generada en su territorio son el caldo de cultivo para que, en Cataluña, muchos catalanes piensen en que gran parte de sus problemas pueden resolverse gracias a una idea imaginaria, la secesión. La realidad, caso de producirse la independencia, daría como resultado el enfrentamiento civil de la población, el aislamiento económico y político, la instauración de fronteras, el retroceso social, la asunción de una deuda impagable o la quiebra. El tránsito lento y vidrioso hacia una nación no tendría mayor sentido porque al pasar los años el mundo será un mundo muy diferente del que algunos sueñan que hoy existe.